Este viernes 19 de marzo, Solemnidad de San José, la Iglesia en España celebra el Día del Seminario. Es una jornada dedicada a poner en valor a todos los sacerdotes. Como señala la Conferencia Episcopal Española: “Los sacerdotes son enviados a cuidar la vida de cada persona, con el corazón de un padre, sabiendo además, que, cada uno de ellos es su hermano”. La vocación es una llamada que da Dios, y el Seminario el lugar en donde se cuida, se discierne, se madura y se forma. Por ello, hemos preguntado a siete sacerdotes legionarios de Cristo en España cómo fue su experiencia de seminario y les hemos pedido que nos compartan algún momento especial que recuerden de aquella época.
Angel Llorente, L.C.: “Llevo 15 años pensándolo y todo me sale a favor”
¿Qué significó en su llamada a ser sacerdote sus años de formación en el seminario, en ese desplegarse de su vocación de sacerdote legionario de Cristo?
Los años de preparación al sacerdocio para mí fueron 15. Desde los 12 que entré a la Apostólica de Ontaneda hasta los 27, que recibí el sacerdocio en Roma. Durante esos años de formación no recuerdo haber tenido sentimientos de aburrimiento, ya que la jornada, a todos los niveles, es muy variada y rica de contenido, desde los horarios para distribuir los intensos estudios, regados de momentos deportivos, y los tiempos bien distribuidos para la oración personal y comunitaria.
Desde los 14 o 15 años vi claro cuál era el plan de Dios para mí en la Legión. Nunca tuve deseos de otro tipo de vida, de manera que con suavidad y sin pausa fui integrando los diversos nutrientes para una vida sacerdotal Contemplativa y Activa.
El posconcilio fue un tiempo difícil para asumir el sacerdocio. “Pensatici bene”, se decía. Y alguien me preguntó en vísperas de la ordenación, ¿lo ha pensado bien? Mi respuesta fue: “Llevo 15 años pensándolo y todo me sale a favor”.
¿Puede compartirnos algún recuerdo bonito de aquellos años?
De esos años, quizá lo que más me marcó fueron los 4 años que pasé en México como prefecto de Disciplina del Colegio Cumbres. Yo tenía 20 añitos, pero tenía que atender a varios centenares de chicos, dar clase a siete cursos de 5º de Primaria, entre los que se encontraba el que sería Superior General de la Legión, el P. Eduardo Robles Gil. Ambos recordamos con gusto aquel tiempo.
Borja MacCrohon, L.C.: “En un clima de oración Dios bendijo mis convicciones”
¿Qué significó en su llamada a ser sacerdote sus años de formación en el seminario, en ese desplegarse de su vocación de sacerdote legionario de Cristo?
Tuve la gracia de estar 4 años en Noviciado y Juniorado de Salamanca donde formé los hábitos de vida religiosa, y en un clima de oración Dios bendijo mis convicciones. Luego 5 años en Roma cerca del Papa donde tuve la gracia de estudiar la filosofía y teología. Por último 2 años en el noviciado de Colombia donde realicé las prácticas apostólicas haciendo la vida de un sacerdote siendo seminarista donde proyecté lo que sería el sacerdocio Legionario ayudando en la formación de otros seminaristas.
¿Puede compartirnos algún recuerdo bonito de aquellos años?
De Salamanca me quedo con el acompañamiento cercano y abnegado de los formadores. De Roma el fuerte sentido eclesial con las idas al Vaticano y la visita de grandes eclesiásticos.
Sebastián Rodríguez, L.C.: “El tiempo siempre se nos hace corto, pero eso motiva la formación permanente”
¿Qué significó en su llamada a ser sacerdote sus años de formación en el seminario, en ese desplegarse de su vocación de sacerdote legionario de Cristo?
Mis años de formación me ayudaron mucho en todos los ámbitos en que vamos trabajando nuestra formación integral. En la formación espiritual me ayudaron para crecer en mi amistad con Cristo a través de los tiempos de Adoración y darme cuenta de la necesidad que tenemos de estar constantemente alimentando nuestra vida espiritual con la Palabra de Dios. En el ámbito humano tuvimos grandes oportunidades para conocernos mejor, seminarios sobre el trabajo en equipo y el mismo trato con los hermanos y formadores sin duda ayudan para ir formando nuestro carácter y personalidad. La formación intelectual me ha ayudado para despertar el interés en lo académico/espiritual de cara a nuestra misión; al final, el tiempo siempre se nos hace corto, pero eso motiva a seguir con la formación permanente para continuar profundizando en algunos temas. Agradezco las horas de estudio que tuve en Thornwood y Roma donde fui generando un buen material de apoyo, no sólo para los exámenes, sino que desde esos momentos ya era consciente que ese material me ayudaría en el futuro para fundamentar mis conferencias y homilías durante el ministerio sacerdotal, cosa que estoy comenzando a utilizar ahora como capellán de Bachillerato y Director de Jóvenes, luego de mis primeros cuatro años de sacerdocio como administrador. Por último, la formación apostólica fue fundamental para ir fomentando aún más ese celo por ayudar más y mejor a los demás. Me ayudaron sin duda los tres años de prácticas apostólicas que hice en Sant Cugat y Barcelona para proyectarme en el futuro. Aunque también las actividades en Roma especialmente las visitas a la ciudad de Roma con peregrinos de diversos países.
¿Puede compartirnos algún recuerdo bonito de aquellos años?
Sin duda hay muchos recuerdos y todos muy bonitos, pero si me tengo que centrarme en uno diría que las misiones Streeth Faith que lanzamos para la canonización de San Juan Pablo II y San Juan XXIII. Todo surgió con la inquietud de que desde el Vaticano sólo se estaba organizando una vigilia de oración y la Misa y que en ese fin de semana aterrizarían millones de personas en la ciudad de Roma. Fue así como nos organizamos un grupo de 10 hermanos para organizar estas misiones donde promovimos momentos de adoración, de confesiones, de música por las calles, competiciones, etc. Salimos todos los legionarios a las calles de Roma (aproximadamente 300) para dar a conocer una Iglesia joven y alegre, buscando ayudar a los peregrinos que venían de tantos países, cada uno mostrando sus talentos y dándole un sentido espiritual, atrayendo a mucha gente para acercarlas a Cristo. Y luego de esa experiencia esas misiones urbanas se comenzar a hacer una vez al mes por las calles de Roma.
Edwin Pereira, L.C.: “Despertó con fuerza la necesidad de formar un corazón de pastor”
¿Qué significó en su llamada a ser sacerdote sus años de formación en el seminario, en ese desplegarse de su vocación de sacerdote legionario de Cristo?
Dentro de mis años de formación como sacerdote me ayudaron a ir ganando lo que todo aspirante al sacerdocio necesita: llenarse de Dios. Fui descubriendo como Dios va guiando por el camino que me iba marcando. También en mis años de formación significó un descubrir del porqué Dios se había fijado en mí y me abrió el horizonte hacia mi futuro sacerdocio pues fui descubriendo como Dios iba obrando en la propia vida. En esos años de formación me despertó con mucha fuerza la necesidad de formar un corazón de pastor y que hay una enorme necesidad de sacerdotes santos que sean verdaderos pastores.
¿Puede compartirnos algún recuerdo bonito de aquellos años?
Los recuerdos de formación son muchos, pero lo que más recuerdo dentro de mi formación como legionario, fueron mis prácticas apostólicas, gracias a Dios me tocó estar en las misiones al sur de México, donde aprendí el sentido de ser un buen pastor de las almas, en medio de la sencillez de las personas me desenvolvía en mi vocación y me sentía pleno al ver lo que significa ser una buen pastor de las almas, fue allí donde aprendí que lo más importante dentro de la formación como sacerdote era el de tener un corazón de pastor que busca la salvación de las almas. Trabajar hombro con hombro con las personas para evangelizar es una de las experiencias que más guardo en mi memoria y siempre recuerdo como un momento importante de crecimiento.
Nicolás Núñez, L.C.: “Aprender a donarse sin subjetividades, como el otro me necesita”
¿Qué significó en su llamada a ser sacerdote sus años de formación en el seminario, en ese desplegarse de su vocación de sacerdote legionario de Cristo?
Una imagen que a mí me ayuda para dar a entender qué fueron para mí los años de formación en el seminario es la palabra “noviazgo”. Obviamente es un símil. El noviazgo es ese tiempo de preparación para el matrimonio, para ver si te ves con x persona el resto de tu vida. Esto implica que sea un tiempo para madurar juntos, para descubrir la grandeza del otro, prepararse para acogerla en toda su plenitud y aprender a donarse sin subjetividades, como el otro me necesita. Si ves que esa relación “te llena”, de cabeza… Así fue mi seminario, llegué a él muy casualmente, de hecho: sin quererlo en el fondo, pero abierto. Fue una etapa muy comprometedora, larga, con sus periodos increíbles y con sus pruebas, pero que al terminó cuando pude responderme que me veía en este camino el resto de mi vida, que me apasionaban otros caminos, los valoro y aprecio, pero que no veía que ninguno respondiese tanto a mí como este. Casi que fue como comenzar a salir con alguien “random” y llegar a ver que habíamos compartido tanto, que ya no podía explicar y vivir de otra forma.
¿Puede compartirnos algún recuerdo bonito de aquellos años?
Hay mil recuerdos increíbles: aventuras, anécdotas, experiencias transformantes, también de cruz y resurrección, es difícil escoger una. Por poner una que tiene que ver con lo que creo que más me ayudó fue una vez que se nos ocurrió a unos cuantos hacer un camino en la casa en la que vivíamos. Era algo que requería su tiempo como cualquier camino bien hecho. Esto implicaba que todo sería “a hombro” y carretillas; cubos, paladas, bloques. Era una idea peregrina de unos de nosotros, ni necesaria si quiera, sólo una ocurrencia.
Comenzamos y nos dimos cuenta que el proyecto no era para un sábado por la mañana, sino para muchas horas de trabajo si lo queríamos hacer bien. Como había desnivel, había que excavar, poner un muro de contención, cimentarlo bien, o sea, excavar aún más… rellenar, compactarlo bien, nivelarlo. Ninguno de nosotros estaba acostumbrado a algo así. Fueron varios días de pico, pala, cargar bloques, llevar carretillas por un sendero inestable, hacer cemento… Pero sobre todo días de “humildad”, días donde había que arrimar el hombro para sacarlo adelante, donde hubo que renunciar mucha veces a la propia comodidad, a la opinión propia, al tiempo personal… Comprendimos algo fundamental que llevamos todos los “curas” en la médula: no te puedes quedar con los brazos cruzados, hay que hacer algo por mejorar el lugar en el que vives, aunque te implique. Aprendimos que solos no podemos. No solo dejamos un camino físico, hicimos camino juntos, aprendimos a recorrerlo.
Francisco Xavier Gutiérrez, L.C.: “Soy diácono y sé que esto apenas comienza…”
¿Qué significó en su llamada a ser sacerdote sus años de formación en el seminario, en ese desplegarse de su vocación de sacerdote legionario de Cristo?
Significó, sobre todo, un tiempo y un espacio privilegiados para encontrarme con Dios y conmigo mismo. Fueron años de introspección y experiencias de todo tipo. Quizás al inicio, uno se entrega pensando que está realizando un gran gesto de generosidad, pero conforme pasa el tiempo, te vas dando cuenta de cuán poco entregamos en comparación con lo que Dios nos regala. He pasado quince años estudiando para ser sacerdote (y todavía soy diácono…), pero no bastan. El mundo está pasando por un cambio de época y el seminario tiene que estar a la altura de las circunstancias. Se requieren cientos de horas dedicadas a la oración y al estudio para encontrar tu “vocación dentro de tu vocación”. Sacerdote, religioso, legionario de Cristo, trabajando en la evangelización de la cultura, haciendo un doctorado en filosofía… son las diversas llamadas que Dios me ha ido haciendo a lo largo de mi formación. Y sé que esto apenas comienza…
¿Puede compartirnos algún recuerdo bonito de aquellos años?
Gracias a Dios tengo muchísimos. Mis mejores amigos los he conocido en la Legión. Supongo que es normal dado que convives día y noche con ellos y compartes experiencias vitales muy fuertes y muy hermosas. Nunca olvidaré las escapadas a la playa en Roma, contemplando el atardecer, preparando la fogata y compartiendo inquietudes y bienes espirituales. No siempre ha sido fácil la vida en el seminario, pero si volviese a nacer, volvería a repetir la experiencia.