En el mundo actual, más quizá que en el pasado, se pide al sacerdote que esté dispuesto a dar razón de su esperanza (cf. 1 Pe 3,15), a todo el que se lo pida.

Los hombres acuden a él para pedirle la luz de Dios sobre los problemas que los angustian. Esperan de él respuestas claras basadas en la fe y en el conocimiento profundo del corazón humano. 

Por la espiritualidad centrada en el amor a Cristo y a los demás, el legionario procura una formación integral que supone el desarrollo todas sus potencias y cualidades, la educación del propio carácter y su apertura a todas las culturas. Se trata de ayudar a cada religioso a realizar el ideal de evangelización cristiana: “Ser todo para todos”, en palabras de San Pablo.
 
Con el fin de encarnar pedagógicamente este ideal inspirador, los Legionarios de Cristo dividen su formación en cuatro áreas: la formación espiritual, la humana, la intelectual y la apostólica.

Formación espiritualFormación humanaFormación intelectualFormación apostólica
A su formación espiritual, los Legionarios de Cristo dedican toda la vida, y de un modo muy especial los dos años del noviciado. Tratan de asemejarse lo más posible a Jesucristo, haciéndolo el modelo único del cual obtienen inspiración y fuerza para el ejercicio de las virtudes. La base de todo su esfuerzo espiritual es la vida de oración, de unión con Dios.

Quieren ser hombres humildes, de piedad profunda y auténtica. Y buscan entregarse con sencillez en el servicio y donación constante a los hombres.

La Congregación de los Legionarios de Cristo infunde en sus miembros un intenso anhelo de alcanzar la perfección evangélica, de acuerdo con el ejemplo de Cristo y la milenaria tradición de la vida consagrada en la Iglesia, viviendo, según el carisma propio, los votos de pobreza, castidad y obediencia.

Los Legionarios de Cristo buscan colaborar esforzada y cuidadosamente con la acción santificadora del Espíritu Santo en sus almas, alimentando día a día una fe luminosa, viva y operante; una esperanza gozosa; y una caridad ardiente y generosa.

Y buscan crecer en la vida de gracia, especialmente a través de la práctica frecuente y fervorosa de los sacramentos de la Reconciliación y de la Eucaristía

Esta área de formación se centra en las virtudes humanas, base sobre la que el Espíritu Santo configura la imagen de Cristo en cada persona. Para los Legionarios de Cristo, el desarrollo pleno y armónico de la dimensión humana es el primer elemento -indispensable- de la formación integral. Constituye, además, la base necesaria para su santificación y eficacia apostólica.

La Congregación busca que cada uno de sus hombres alcance la madurez auténtica: coherencia entre lo que se es y lo que se profesa; sinceridad, fidelidad y responsabilidad; capacidad de tomar decisiones prudentes y opciones definitivas; estabilidad de espíritu; integración serena de las tendencias emotivas y pasionales bajo el dominio de la fe, de la razón, de la voluntad y del amor; actitud de apertura y donación.

El legionario ha de formar un espíritu recio y disciplinado; de voluntad firme y tenaz; austero, ordenado, constante. Se esfuerza por ser un hombre cordial, comunicativo, capacitado para entablar relaciones con todas las personas; educado, caballeroso, sincero, leal y agradecido. Un hombre que pone al servicio de la misión todas las riquezas con que lo ha dotado el Creador.

En la formación intelectual, se busca que cada legionario sea un verdadero amigo de la verdad y posea honestidad intelectual, apertura de mente y capacidad de reflexionar sobre la realidad en que vivimos. El sacerdote católico, por su función profética, está llamado a ser maestro. Es el mismo Maestro quien lo envía: «Enseñad a todas las gentes» (Mt 28,19). Por esta razón consideramos la formación intelectual como uno de los campos fundamentales de la preparación de nuestros seminaristas.

La formación intelectual no se reduce al cumplimiento de un currículo académico. Además de adquirir variados conocimientos, los religiosos de la Congregación deben potenciar y afinar sus capacidades intelectuales, y lograr aquellas disposiciones y hábitos que harán de ellos personas intelectualmente maduras.

A lo largo de los años de formación, los legionarios se ejercitan mediante la práctica de algún trabajo apostólico en el tiempo asignado para ello: catequesis a jóvenes y adultos, círculos de estudios con universitarios, profesionales y obreros, dirección de centros de reflexión y animación de grupos juveniles, colaboración en la pastoral parroquial, educación, obras de caridad, etc.

Terminado el segundo de los cuatro años de filosofía, interrumpen los estudios para dedicar dos o tres años íntegramente al apostolado. Así, a la vez que se ejercitan en el trabajo apostólico, se enriquecen con el contacto y conocimiento directo de la realidad en que viven los hombres. Es, sobre todo, aquí donde buscan desarrollar el espíritu de lucha, de trabajo, de laboriosidad, de eficacia en su labor pastoral.

Aprenden que «el legionario debe decir poco y hacer mucho», para evitar que los hermanos necesitados de luz y consuelo, se vean privados del auxilio que se les puede dar, y para no caer en la búsqueda insensata del aplauso humano y la compensación por lo realizado. También aprenden que el legionario «debe hacer más en menos tiempo», pues no hay tiempo que perder ante las urgentes necesidades materiales y espirituales de los hombres. El legionario se compromete en la extensión del Reino de Cristo, luchando por hacer vida de cada hombre y cada sociedad el espíritu de justicia y de amor evangélicos.

 
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